miércoles, 11 de febrero de 2009

SOBRE LA (DES)ESPERANZA Y EL (SIN)SENTIDO

Ayer noche me desvelo el crepúsculo de un sueño. No fue una pesadilla, no al menos en el sentido habitual que solemos aplicar al termino. A veces los miedos cotidianos, sin el amparo de la razón consciente, resultan más aterradores que cualquier sueño donde arrecie la tragedia. Una vez desvelado, fui incapaz de conciliar el sueño, así que hice lo que suelo hacer en esas situaciones, buscar algo que leer y algo de música para escuchar.

Quizá fuera el azar, que como decía Paul Auster en “Trilogía de Nueva York” es lo único real, lo que me llevo a escuchar un CD de Yes donde se encuentra una canción con el significativo titulo de “without hope , you cannot start the day”, o lo que es lo mismo, “sin esperanza , no puedes comenzar el día” . Mientras escuchaba esa canción, que para ser sincero, no es de las mejores del grupo, curiosamente estaba leyendo “Humano, demasiado humano” de Nietzsche, o más bien pasando de párrafo a párrafo, mientras esperaba que llegaran los estertores de las sensaciones que me había dejado ese mal sueño. Entonces, los versos cantados por Jon Anderson parecieron encontrar respuesta en este párrafo del libro;

La Esperanza. Pandora trajo la caja llena de males y la abrió. Era el regalo de los dioses a los hombres, un hermoso regalo de aspecto fascinante, llamado “ la caja de la felicidad”. Al abrirla, todos los males, que eran seres vivos con alas, salieron volando: desde entonces revolotean a nuestro alrededor y nos atormentan día y noche a los hombres. Solo uno de los males se quedó dentro de la caja. Pandora cerró la caja por voluntad de Zeus y lo dejó dentro. Ahora el hombre posee para siempre la caja de la felicidad y piensa maravillas del tesoro que encierra; dispone de la caja y se sirve de ella cuando quiere, pues no sabe que la caja que trajo Pandora es la de los males y piensa que el mal que guarda en el fondo es la mayor de las felicidades: se trata de la esperanza. Efectivamente, Zeus quería que, por grandes que fueran los tormentos que le causaran los otros males, el hombre no rechazara la vida y siguiera dejándose atormentar siempre. Por eso dio al hombre la esperanza, que es, en realidad, el peor de los males, ya que prolonga el tormento de los hombres.


En las diferentes culturas y civilizaciones humanas, nos encontramos innumerables metáforas en diferentes mitos narrativos, referentes a la necesidad de la esperanza/ fe frente al caos incontrolado del mundo, al mal que alcanza por igual a unos y otros sin que podamos hacer nada por evitarlo, a una esperanza en un futuro terrenal o metafísico en el que el propio Dios o el Universo se encargará de remediar ese mal e igualara el marcador y favorecerá el triunfo final de la Justicia o del Bien.

Al igual que muchas civilizaciones encuentran la explicación al mal en el mundo en sus mitos sobre la perdida de la inocencia encarnada en un paraíso. Y el inicio del deambular del hombre en el mundo como el origen de sus pesares.

Pero en realidad, el origen de la verdadera felicidad del hombre esta en dejar El Paraíso, en el viaje iniciatico que le hizo perder la inocencia, que le hizo superar la pasividad en la que se encontraba, que le ayudo, a través del dolor, las penas y la experiencia a entender que su vida era el viaje, que el SENTIDO de la misma, se encontraba en ese presente, en esos instantes vividos, con mayor o menor dolor, con mayor o menor placer, con mas o con menos lagrimas, con mas o con menos sonrisas, pero ese eterno presente era lo que dotaba de un significado a su vida.


Nietzsche no estaba haciendo en ese párrafo un llamamiento al pesimismo, más bien todo lo contrario, nadie como el pensador alemán nos ha enseñado a vivir con alegría contagiosa nuestra vida, pero para que podamos hacerlo plenamente hemos de aprender a vivir sin viejos mitos que sitúan siempre lo mejor en un futuro donde se nos colmara de alegrías y donde se acallaran nuestros pesares. No, la verdadera alegría de la vida esta en abrazar el presente, cada segundo tal y como es, ver el arcoiris de colores en el instante y no vivir en el constante gris de un futuro aplazado.

Albert Camus nos dice en su ensayo “El Mito de Sísifo” ; No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación. Se trata de juegos... .

Y si se me permite, parafraseando al filosofo francés; No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el (sin) sentido de nuestra existencia. Tanto Nietzsche como Camus son plenamente conscientes de la necesidad de encontrar sentidos a nuestra existencia, sentidos asumiendo permanentemente nuestro presente, viviéndolo con dignidad. EL SENTIDO, con mayúsculas se hizo añicos hace muchas décadas( afortunadamente), por mas que las corrientes políticas y religiosas más fundamentalistas no hagan más que escarbar en la nostalgia del sentido perdido.

Pero la perdida de ese sentido univoco, al igual que la perdida de la inocencia del Paraíso, es lo que verdaderamente nos permite liberarnos. Encontrar la belleza de la vida en los múltiples sentidos, frágiles, sí, tanto como cualquier flor cuyos pétalos se caen al acariciarlos, pero plenos a pesar de su caducidad, o quizá por ella misma, porque ella es la que permite eternamente renovar nuestra vida, nuestro eterno presente, por mucho dolor o mal que aceche, el hombre encuentra en este movimiento lo único verdaderamente liberador que le permite enfrentarse al dominio de los “dioses”, siempre acechando y envidiando nuestra libertad, nuestra capacidad para la rebeldía.


No tengo nada contra la esperanza, pero si que permitamos que esta nos paralice, nos vuelva pasivos. Solo en la permanente búsqueda de sentidos, solo en la permanente derrota a la que nos somete el viaje de nuestra vida, encontramos la victoria final.


Como epilogo, permitidme que ponga un texto de “La Peste” de Albert Camus;

“ El viejo tenia razón, los hombres eran siempre los mismos. Pero esa era su fuerza y su inocencia y era eso en lo que, por encima de todo su dolor, Rieux sentía que se unía a ellos. En medio de los gritos que redoblaban su fuerza y su duración, que repercutían hasta el pie de la terraza, a medida que los ramilletes multicolores se elevaban en el cielo, el doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar a favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio."

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